Hijos de una generación con miedo a desaparecer caer ser.
Quienes se van para irnos. ¿Seremos? Si nos
dejaron idos.
Nacidos en el seno de lo desastroso.
De horror herederos.
Recipientes de una contradicción incapaz de
resolver. Epicentro insignificante de todas las tormentas de la existencia.
Sólo punto de origen y raudo olvido. ¿El
relegamiento nos contiene? Siempre de absurdo.
Deprimidos.
Reprimidos, te grito, ¡no me escuches!
Supeditados a la indiferencia impuesta por
lo mayor.
Hoy ya no alcanzo a vernos. Alguna vez lo
hice: átomos disgregados, mas sujetos, sólo invitados al ceñimiento.
Todo esto nos constituye y lo negamos a
partir de ahora.
¿Será que llegamos de la mano de la demora?
Qué importa aquel detalle, si ya supimos ser la nota al margen. Ahora, ¡ya!,
seamos fruto de refutación.
Que lo disruptivo, claro está, es la
sensibilidad, la empatía, la hermandad.
La urgencia de volvernos a la mirada: devolvernos.
Ser-nos.
Atravesemos la virtualidad que nos acerca a
lo lejano imposible. Convivamos escribiendo, dibujando, actuando,
fotografiando.
Contagiémonos de «vos», que lo inter- sea
nuestra enfermedad. Y, quién te dice, acaso también nos podemos llenar con
nuestros vacíos.
Bailemos siguiendo el ritmo no siempre
perceptible, las cicatrices nos marcan el compás.
Lo que sangramos nos llama a bailar, nos
canta, nos cuenta. ¡No nos detengamos! Desde lo imperceptible, lo invisible, lo
intangible, nos podemos rozar. No volvamos a invisibilizar.
En fin, no digo nada nuevo, sólo lo
proclamo.
Proclamar, resignificar. Deconstruir-nos-.
Siéntanse libres de odiarme como ya lo hago
yo. Siéntanme.
Emerge el duelo, duelo de una sola cara. Me
dolés. Lo siento. Te siento.
Stéphanie Pau Tombetta
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