martes, 3 de febrero de 2015

CXXXV


De mis manos, flores
o mariposas monocromáticas
que en el abismo de la perennidad
merodean, ya no se alimentan.
De mis ojos, vidrio abrasador,
espejos que ya no reflejan.
E impenetrables, expulsan
fuego, agua, sustento de nadie.
Eje fuera de sí,
lejos de la superficie,
minutos que en hiel devienen,
ensordecidos por la salvaje niebla,
los faunos se sumergen en el olvido del río,
—no hay luna que nos perfume ni cielo que nos vista—
feroces, con sangre, celebramos que nos salvamos,
de la vida,
¡nos salvamos!

De haber sabido en el primer golpe

que mis ojos volverían a mojarse
y ahogarse en la sonrisa de la muerte.



Stéphanie Pau Tombetta

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